domingo, 19 de octubre de 2008

Descripciones inventariadas sobre percepciones del paisaje:


La experiencia inicia con el aterrizaje en Corosal – Sucre: perspectiva aérea de la zona, la imagen constituye una metáfora sobre la manera en que pueden germinar trabajos de exploración como éste: el investigador inaugura su objeto de estudio desde una mirada distanciada; en vez de emerger del territorio analizado, va descendiendo hacia éste y luego, según el caso, podrá irlo recorriendo de forma cada vez más profunda, impregnándose del ambiente, confundiéndose en su naturaleza, incluso, perdiéndose.

El paisaje es llano, con una vegetación baja donde predominan el verde y el marrón por igual; a medida que el avión se acerca a tierra se observa la arquitectura del lugar: casas de colores claros pero opacos, calles de barro, bicicletas; el agenciamiento, es decir, la distinción y convivencia funcional entre naturaleza y artefacto es muy clara: cerca de palo, teja de aluminio y palma. El ojo como si fuera tacto, desde arriba, puede percibir la humedad y las demás texturas con mucha familiaridad (actividad de la memoria como extensión corporal). Una vez fuera de la cápsula aeronáutica el calor me golpea de forma agradable.

Sincelejo, San Onofre, Pajonal, María la Baja, San Jacinto, San Cristóbal, Carmen de Bolívar, Zambrano, Cartagena. Y en el mismo orden: gente que camina, acumulaciones de compra y venta, sus ruidos, los hijos que tienen insertado un mecanismo de araña tejedora incansable; hotel de gasolinera, La Estación, el queso, varios patacones; los olvidos, el súper camión camaronero atascado en la greda blanda; los colores, la risa, el cementerio, las niñas del colegio, más colores, el futuro, las viejas, el pescado; el museo, las gaitas, las piedras antiguas; la máquina del tiempo, las carencias - las riquezas, los negros, la huída, el fogón de leña, el ñame delicioso, los animales domesticados, las mujeres contentas, los hombres que hablan de un tigre y el resto no se les entiende, los niños encaramándose a un palo altísimo, los ojos profundos que es un palenque; la arquitectura de la colonia y la indiferencia a flor de piel, el jugo de níspero; los marranos, un muro pintado, el agua que trajo valses, el agua metida en las casas; la rumba salsera en la calle, la muralla mágica, la iluminación romántica, los restaurantes para ricos, los barrios pobres.

Lo siguiente debe decirse a manera de canción ya que su sonoridad se encuentra en el ámbito de la suavidad, Los Montes de María, que se ven como alguien tendiendo una cobija abullonada de bosque bajo, ciénagas, caminos, gente; que hacen soplar viento caliente y tibio, que emiten un olor de muy adentro. Los Montes de María se parecen a una mamá joven, con pequeñas honduras y medianas espesuras que disimulan el lujo del Magdalena a un lado y el mar Caribe al otro. Por lugares se le ve de color ocre y por lugares se le ve la sonrisa plateada, como si todavía estuviera amaneciendo.



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